No estamos solos. Las estatuas de Ain Ghazal

 

No estamos solos y no hemos salido de la nada. Esa sensación de pertenencia, no a algo superior, sino a la horizontalidad de los tiempos encadenados por las guerras, los logros científicos, las gestos solidarios, las obras de arte, la dominación y la esclavitud más sangrante, me la despiertan los restos arqueológicos. Y, si estos restos son rostros humanos me emocionan y me sobrecogen de tal manera, que me reconozco neolítica, medieval o renacentista ante ellos. Hay un hilo invisible de continuidad. Cuando viajábamos con los niños pequeños, en familia y visitábamos un monumento megalito o unas ruinas visigóticas, pedía que se guardara un minuto de silencio. Todos me seguían, mi padre también porque lo consideraba una liturgia laica en homenaje a la humanidad. Así era mi adorado padre, y el mismo mensaje humano y familiar nos lo trasmitía cada Navidad, en las palabras que dirigía antes de la cena, ajenas a lo eclesiástico.  

Esa evocación de pertenencia es lo que me hace disfrutar de los museos y especialmente de los arqueológicos (es mucho más que adquirir cultura, más que curiosidad), es la misma sensación que me hizo gritar cuando visitamos el Museo Arqueológico  de Ammán y vi las estatuas neolíticas de Ain Ghazal  Laura, Laura… mira esto. Mi hija, en el video que grabábamos cada noche repasando el día, dijo: “ Vimos el museo de la Ciudadela y mi madre descubrió unas figuras bicéfalas impresionantes ”. Aunque no seas arqueóloga descubres, porque de todos los objetos que ves en las vitrinas, solo se te revelan algunos. No conocíamos la existencia de estas figuras pero nos las trajimos en la maleta y ahora, en este agosto raro, las estoy desenvolviendo.

Durante el año 2019 cinco millones de turistas viajaron a Jordania. En esa cifra estamos incluidas mi hija y yo, siete días estuvimos en el pasado diciembre. Es decir anteayer y, sin embargo, todo parece muy lejano. Viajes así ya no se conciben. Durante el confinamiento, mi hija me dijo por teléfono un día  “Mami que bien hicimos en irnos a Jordania, Sí, porque Jordania es lo vivido, lo recientemente vivido e intensamente vivido. Todavía no le ha dado tiempo a meterse como archivo en nuestras biografías y, por supuesto, no ha llegado a la memoria que a veces está envuelta de muchas telarañas y olvidos. Es un viaje que todavía está en el paladar y la lengua se relame, porque aún quedan restos en los labios.

En este raro agosto, con rebrotes y miedo, resulta reconfortante ver fotos y repasar notas. Más que nostalgia, hay gozo. 

Fue el último día de nuestro viaje la visita a la Ciudadela de Ammán y al Museo Arqueológico. En este museo la mayoría de las figuras neolíticas de Ain Ghazal eran de medio cuerpo y algunas con dos cabezas. Te imantaba el rostro porque los bustos eran toscos, en contraste con el detallismo de las cabezas: nariz, boca, oídos y ojos claramente representados. Grandes, perfectamente dibujados, con párpados y pupilas, embellecidos por betún del Mar Muerto. Rostros de hace 6800 años a. C. que cuando nos cruzamos con su mirada se extiende ese hilo invisible de continuidad entre ellos y nosotros.

Desconocía, como muchas otras cosas, la existencia de estas figuras y en el transcurso de este agosto raro, repaso la información por Internet. Mientras se construía una carretera en 1974  cerca de Ammán,  se descubrió un poblado neolítico y en las excavaciones (que siguen actualmente) de 1983 y 1984 salieron a la luz estas estatuas, bajo el suelo de un conjunto constructivo que se supone religioso. Algunas de las piezas eran torsos, otras tallas de cuerpo entero y de tamaños diferentes.

Hasta un tiempo fueron únicas, más tarde se descubrieron otras, más toscas, pero cerca de la zona, con lo cual se supone una cierta uniformidad cultural en la misma área,  pero lo más curioso es que fueron cavadas de forma artificial y expresamente para contenerlas, y no habían sido abiertos hasta hoy. Todo ese tramo de miles de años de silencio y de ignorancia si fuéramos capaces de anularnos, los neólticos nos podrían contar cara a cara, qué motivación humana, estética y religiosa les hizo  esculpir esas grandes figuras de yeso con esas caras tan sugerentes y tan plásticas. Como ellos no pueden contarlo y  los expertos tampoco, dicen que es muy difícil precisar si las estatuas fueron imágenes de seres humanos vivos o fallecidos, de dioses y diosas, o de criaturas mitológicas, nos quedamos con su contemplación y su descubrimiento.

Y con la certeza de que no estamos solos, ni en este agosto tan raro.

A mi hija, perfecta compañera de viaje

 

Me han sido muy útiles  las aportaciones de este blog. Gracias.

http://universoprohibido.blogspot.com/2007/05/los-fantasmas-blancos-de-ain-ghazal.html

La simplicidad de la vida de espaldas al mar

 

Paloma Álvarez Criado

No me unía ningún lazo de amistad  ni de  afecto, pero compartí con ellas parte de la mañana, que en teoría tendría que estar dedicada a la playa, pero hay días que hago novillos y me voy al interior.

“No puedo con la mascarilla…Me ahogo” Se la quita y empieza a hablar pero no le entiendo. Creo que tiene una enfermedad que le impide ser entendida  porque no para de hablar. Hace solo unos segundos se había sentado sola en una mesa y había pedido una caña, con esa confianza que te da conocer a los camareros y el lugar ¿Edad? ¿85?  Es posible que más. Descubre a unas conocidas coge la caña y el monedero negro de mano y se cambia de mesa sin preguntar. En esa mesa está una mujer mayor, como Lolita, (porque así la saludan) y su hija, que minutos después me entero que tiene 54 años. 

No son las 12 y las mesas están llenas de botellines y cañas de cerveza. Algún vaso de café pero pocos. La mayoría de los clientes son locales, (como señalaría mi hermano Manolo si él hiciera la crónica) y conocen a los camareros. Es una terraza muy cercana a la última estación del tranvía y refleja a la perfección el encanto y la quietud que tienen los puntos finales, no hay ninguna parada más, y hay que bajarse. 

Frida Kahlo ( México 1907 – 1954 )

A veces me escapo al interior muy temprano. Ya tengo el abono transporte y cuando lo paso por la máquina lectora me siento una alicantina más. Cojo el tranvía y desembarco en el corazón de Campello y callejeo como si fuera una turista con ventaja, no solo por el idioma que compartimos, sino porque amo esta tierra y me entrego. Busco las casas bajas que todavía se mantienen, hago fotos y acabo desayunando media tostada con tomate, rodeada de coches de bebés y grupos familiares, que pasan del valenciano al castellano, como yo paso con mi amiga Mª Ángeles de la frivolidad a la intimidad, sin necesidad de pausas. Hoy, en tiempos del coronavirus, a las 10 de la mañana el interior del pueblo tiene más vida que el paseo marítimo de la playa. El 30% de los establecimientos están cerrados. El mar está cerca pero esta terraza tiene la capacidad de darle la espalda.

Cuando se sienta Lolita, la hija de 54 años que lleva ya dos botellines de Estrella de Galicia,  le cuenta a la recién llegada que ayer estuvo todo el día llorando por tristeza ¡Qué tristeza Lolita verla, que tiene tu misma edad, todo el día con el ventilador y la tele encendida, tan triste estaba que ella misma me dijo mañana vamos a la playa para que te animes. Así que hoy nos hemos bajado a la playa, yo me he dado un baño ligero, sin despegar un ojo de ella, y ella sentadita en su silla. Y ahora estamos de vuelta, y aquí estamos, tomando algo, sobre todo para que ella se anime. 

Edward Hopper (EEUU 1882 - 1967 )

Edward Hopper (EEUU 1882 – 1967 )

A la madre de la de 54 años, la que pasa todo el día con el ventilador y la tele encendida, no la puedo ver porque está a mis espaldas, solo veo que ha tomado un Bitter kas, mientras su hija y Lolita beben cerveza. Por lo que saco de la conversación, y porque no le oigo hablar, intuyo que su estado físico está más deteriorado que Lolita-

Rafa cóbrate “¿no habrás pagado mi caña?”  protesta Lolita. Aquí mando yo, dice la de 54 años. Cuando los vasos ya están de nuevo vacíos, Lolita coge su monedero negro de mano discretamente y se dirige a la barra, al cabo de unos minutos el camarero viene con otra ronda, solo de cervezas, la de 54 años sigue con el botellín de Estrella de Galicia con copa helada y Paquita prefiere la caña doble de grifo, el Bitter Kas sigue casi lleno. 

Pierre Auguste Renoir (Francia 1841 – 1919)


En la tercera ronda ya me entero que la de 54 años tiene un hijo ¡Menos mal que solo un hijo ¡Ojo, ojo la lata que me ha dado desde que nació! Ahora está solo como un marajá en el piso de Madrid, que por cierto es propiedad de mi madre, como este de Campello, cuando murió mi marido alquilé nuestro piso y ahora dependemos de ella ¿Verdad, mamá? A mamá no le oigo contestar.

Lolita antes de irse al baño dice que tiene una hija y un hijo en Francia pero que no los ve. Cuando se quedan solas, la hija de 54 años habla a su madre Ves a Lolita  como zascandilea , vive sola, se hace la comida sola y ahí la ves y mira tú, que no hablas, antes no eras así mamá ¡Pepita suéltate con dos huevos, esa es la madre que yo quiero! mira Lolita que se ha quedado sola y cómo está, yo quiero ser como ella cuando tenga su edad. ¡Qué tristeza tengo!

Pierre Bonnard (Francia 1847 – 1947)

Lolita vuelve a la mesa y continúan hablando, como si esta conversación no hubiera existido. Pago mi consumición y me voy a coger al tranvía.

Sentada en el TRAM de vuelta a mi casa pienso que ese grupo, que me ha acompañado parte de la mañana, por azar  me ha puesto en contacto no con la vejez, la decadencia física, o con la soledad  (que no es patrimonio solo de los mayores) sino con lo básico de la vida de los seres humanos: beber una cerveza al aire libre, en compañía de vecinos o compañeros fortuitos, que se cuentan lo que quieran contar y ocultan lo que quieran ocular.

Las tristezas y las alegrías de Lolita, Pepita y la mujer de 54 años son comunes a millones de humanos, pero ellas tienen una mesa común y unas sillas que por unas horas comparten.

No todo el mundo posee ese pequeño paraíso: tomar una cerveza en compañía y que te la sirva Rafa, el camarero de siempre. En estos tiempos de miedo, y de cabaña obsesiva es una manera de recuperar la vida, que aunque se pueda acabar  pronto, la mantenemos con una copa en la mano. 

A mí, me vino muy bien. También bebí, como Lolita, una caña de grifo.

La frontera entre el miedo y la vida ( y III )

Es de noche y el mar está presente aunque no se vea. La oscuridad no es la nada, tampoco es una amenaza. Conozco el lugar y sé que al fondo, en el horizonte, al otro lado de la terraza, están las olas que no paran nunca. Estoy segura porque conozco lo que no veo. Lo traumático es cuando lo oscuro lo ignoramos, o nos lo ocultan. El mar es el de siempre y, como ya sabemos, nos ignora. Padece nuestros desplantes ecológicos pero él, altivo y egocéntrico, hace como si no existiríamos. Es lo constante en la incertidumbre, como dice la poeta alicantina Francisca Aguirre. 

La claridad se enciende poco a poco y lo que ya sabía, se confirma. Al fondo fondo el cielo, con sus primeros colores rosas, más abajo las ondulantes olas que no se cansan de romperse, los contornos de las casas se transforman en edificios, las palmeras ocupan el lugar de siempre y el tranvía pasa con viajeros. Todo existe, como antes. No ha pasado tanto tiempo, pero hoy el tranvía viaja con el miedo que no tienen las olas. A las 6,30 de la mañana no hay turistas en los vagones, ni clientes de ocio nocturno. Son viajeros que van a trabajar en la nueva normalidad.

Por la tarde llueve en el mar, y en mar adentro, por eso huele a arena mojada. Algunos no se lo creen y continúan como si el verano siempre estuviera acompañado de sol. Otros desafían a la lluvia y se meten en el agua “Pan con pan no es comida de tontos” Eso piensan los niños de la piscina que aunque llueve siguen en el agua ¿no es lo mismo acaso? Otra cosa son los truenos “Vamos Rubén haz el favor de salir que empieza la tormenta y es peligroso”  

Los del interior, los que vienen los fines de semana a pasar todo el día no saben que hacer, si recoger  el tenderete o aguantar el chaparrón. Son unidades familiares  grandes o grupos de amigos numerosos que bajo unos toldos acampan todo el día e instalan todo un hogar completo desmontable: mesas, sillas y tendederos para las toallas. En sus neveras portátiles hay hasta biberones y vermut de la sierra alicantina. Durante el día además de bañarse juegan a las cartas y se echan la siesta. Aguantan hasta las doce o la una de la madrugada y se turnan con los pescadores de la noche para que la playa nunca se quede sola. Ahora en tiempos del coronavirus comparten playa también con los jóvenes del botellón. Los del interior van con chanclas y bañadores, los adolescentes muestran una estética confusa, combinan vestidos largos, zapatos de plataforma y vaqueros. Ningún chico va con bañador. 

Francisca Aguirre

Al final, los del interior deciden irse y arrastran los cochecitos de bebe por la arena con dificultad, meten los potitos en el hielo deshecho y tapan sus neveras, desmontan los toldos y desaparecen como los nómadas en el desierto. Los jóvenes ocupan su lugar y hacen de la playa una discoteca con mascarillas colgadas en la muñeca. Los pescadores lanzan su caña como si los peces no tuvieran virus y nadaran en la  normalidad de antes.

“…Un mar, creedme, necesito un mar,

un mar donde llorar a mares

y que nadie lo note”.

Francisca Aguirre  (Alicante 1930 – Madrid 2019)

 

ILUSTRACIONES DE HELENA TORAÑO CASO  (ASTURIAS 1984 )