Radio Malibú de Alicante

Cuando estoy en la cocina de mi casa de la playa, apago el Spotify premium y enciendo el transistor. Es una manera de relacionarme con mi legado. Es de color azul, tamaño medio y con cable para enchufar a la red eléctrica. Aunque es algo cantoso no lo compré en los chinos, sino en un comercio local en Campello. Yo voy mucho en tranvía a Campello, porque me gusta viajar a mis cercanías, y porque me gusta Campello. Es un aparato sencillo, no digital que para sintonizar  con la ruedina las emisoras hay que tener el pulso virtuoso de un cirujano porque puedes conectar varias a la vez, y no atinar con la que quieres. Yo me muevo en FM, donde están todas las emisoras pequeñas y locales, y cómo hay tantas: muchas en otro idiomas (Alicante es un crisol), para dar con Radio Malibú invierto algo de tiempo.

Al fin Radio Malibú está en antena mientras rehogo los ajos para las acelgas. En Radio Malibú casi todo es música, que reconozco y me hace mover el body continuamente, y a las horas en punto dan noticias. Ayer a las tres del mediodía dieron dos: una que la inflación sube y la otra que los baños de la estación de Denía han sido vandalizados, y por eso seguirán cerrados. Gracias a estas emisoras locales y al periódico Información me entero de las particularidades, y consigo que no se diluyan en la uniformidad. La subida de la inflación afecta a mucha gente, pero es indudable que a los viajeros de Denia, el cierre de los baños, también. Este tipo de noticias me sitúan en Alicante y no me mantienen en Madrid “La prensa local da cuenta de la letra pequeña de la convivencia” escribía Elvira Lindo en su columna de El País el pasado domingo, 29 de mayo. 

Junto a la brisa del mar, lo particular y cercano son un pequeño aliento que te sopla en la oreja y logra, cuando ya están las acelgas rehogadas, que seas un poco menos veraneante y más ciudadana. 

Cuando termino de comer frente al mar, ya a los postres, me acuerdo de mi padre que repetía como un mantra Hija, nada de lo humano nos es ajeno por muy pequeño que sea,  y vuelvo a encontrarme con mi legado.

Esas tardes

Henri Matisse

¿Qué voy hacer con mi tarde si no me gusta la televisión y tampoco hago solitarios? No tengo prevista una partida de mus con las amigas, ni un paseo por El Forestal. Las horas que quedan hasta que acabe el día se me aparecen como una pista de hielo peligrosa sin unos esquíes adecuados ni un trineo a mano. No hay nadie a la vista y el mar está encrespado. Y con ese panorama encaro la tarde sin provisiones y con la mochila vacía de rutinas, frases hechas y sin ordenador. Como no me quiero agarrar a la barra de la desesperación me cuelo por las rendijas de la lucidez y demando algo de luz, pero quien manda en esa casa me dice “aquí no se regala nada” y con la cabeza gacha vuelvo a la nada y a las Tardes de la poeta Francisca Aguirre: tan inciertas como la vida…, en amoroso declive, que vienen no se sabe dónde…, afirmativas en su incertidumbre…, esas tardes que suben y que bajan…, que descienden de un cielo tan incierto como ellos. Esas tardes, Dios mío, tan crueles y caritativas que propagan la vida como un adiós

¿Qué hacer con la tarde sin un libro entre las manos?

El limonero de Ana

Carmen de la Cuesta

Tenía mi vecina Ana un limonero como el poeta Machado. Antonio en el patio de su infancia en  Sevilla, y mi vecina a la entrada de su adosado en Villaviciosa de Odón. Nuestra calle está empinada y cuando la bajas por la acera de las viviendas ( tenemos la suerte de tener enfrente un pinar) tienes la posibilidad de ir viendo las entradas de las viviendas: sus plantas, sus árboles, sus azulejos, sus adornos, su mobiliario o su austeridad. Dicen los expertos en estética urbana que el paisaje urbano cambia gracias a los pequeños actos individuales, y son, en algunos casos, más importantes que el papel arquitectónico. En los adosados, todos clónicos, se cumple esta observación. Cuando nos entregaron las llaves hace 36 años, todas las entradas eran iguales, actualmente cada una es diferente. No son grandes, pero suficientes para que en algunas haya árboles. Flanquean la puertezuela que da la calle, y de esta manera la embellecen y la personalizan. Este limonero de Ana le hemos visto crecer, cambiar según las estaciones, con sus hojas verdes y con sus limones cuando tocaba. Los árboles además de dar oxígeno ponen colores en la mirada. 

Carme Sánchez

También le hemos visto sufrir en Filomena, y sufrir mucho. Y tras el deshielo, Ana se dedicó con mimo y dedicación a intentar curar las heridas de muerte a causa de esta borrasca. Cortó ramas estropeadas y cubrió con un producto los muñones de las ramas para protegerlos. El limonero se quedó esquelético, pero como el tronco seguía en su sitio creíamos al subir y bajar la calle que era el limonero de siempre. Además ¡hasta le crecieron hojas!

Adela Gálvez

Hace casi un mes Ana llamó a mi puerta y me pidió que la persona que conozco que entiende de árboles le echara un vistazo porque veía que no levantaba cabeza, que aunque tenía  algunas hojas verdes, seguía sin dar limones, y sobre todo le habían salido unos bultos muy raros por todo el tronco. En un principio esta  especialista le dio esperanza,  pero en un segundo reconocimiento el diagnóstico fue más drástico: hay que cortar el árbol.

Anteayer según bajaba por la calle Aranjuez no vi sobresalir el limonero por encima de la valla blanca de la casa de Ana y sentí lastima. También el limonero es un símbolo de una historia y vida compartida y es parte de un paisaje urbano que ya ha desaparecido. Me paré ante su portezuela con nostalgia, y me asomé para ver el vacío que nos había dejado. En su lugar,  vi plantado un olivo muy pequeño, de casi medio metro de altura. Ahí estaba, aún sin sobresalir en el paisaje. Tardará un tiempo para que lo vea cuando suba o baje la calle Aranjuez. Pero, junto a la pena, sentí alegría. Plantar un árbol en memoria de otro es una buena costumbre y añade circularidad a la vida

No sé en qué lugar o cementerio estará enterrado este pequeño fragmento de vida que fue el limonero de Ana, pero mientras vivamos en nuestra calle tendrá su huella y su recuerdo, no de nuestra infancia como el limonero de Machado en un patio de Sevilla, pero sí de parte de nuestra vida, ya madura, en una calle empinada en Villaviciosa de Odón. 

A Ana, por plantar el limonero, y por guardarme un trozo de su tronco.

En el jardín con los mirlos

Desde muy tempranito, antes de darme los buenos días, los mirlos me señalan con el dedo y me intentan explicar que de alguna manera les molesto. A veces se juntan en el pequeño trozo de césped dos o tres mirlos a la vez. Puede ser que solo sea uno, pero son tan tan rápidos en sus escaramuzas  que parecen más. Llevan un trozo de comida en el pico, se paran en mitad del jardín, y me miran desafiantes como si yo fuera la okupa. Por la comida en el pico deben de tener el nido cerca, y no quieren que yo sepa dónde está. Podría recordarles a estos mirlos que soy yo quien paga el agua que se beben de los platos de los tiestos y quien paga los impuestos municipales para mantener este trocito de naturaleza para que ellos puedan campear a sus anchas. No lo hago porque se me cae la baba con ellos cuando los miro, también porque me da miedo que se vayan y prefiero ceder a su desafío. Me callo, no hago ruido y miro para otro lado para que vayan tranquilos con la comida en el pico hacía sus nidos. Si tuviera un poco más de carácter les intentaría explicar lo que significa la empatía, y decirles que les entiendo, que me pongo en su lugar porque yo soy también naturaleza y haría lo mismo por mis hijos. Es posible que algún día firmemos un pacto de no agresión y vivamos en paz. Más o menos como hoy,  ellos van y vienen a sus nidos donde están las crías, beben agua, y yo a mis teclas del ordenador, donde están mis sentimientos y mi asombro.

El sosiego es mi esperanza

Berthe Morisot

El sosiego es una esperanza, no  ambición porque el sosiego carece de vehemencia y de tensión. Es quietud, un tiempo vacío de un pasado que se añora y un futuro que promete. Es presente pero no superficial ni anecdótico, no es un brindis continúo lleno de ruido y de jolgorio por el momento puntual en el que se vive. Mira lejos porque tiene todo el tiempo del mundo. 

En el sosiego se instala la falta del deseo de estar en otro sitio, de anhelar tener algo que no está en tu mano, y de querer acompañar al que te ha abandonado. Es un espacio limitado por un horizonte abierto totalmente despejado.

El sosiego aparece en el arenero de un parque infantil mientras Carmen, tu nieta de once meses, chupa la pala lleno de arena o te da la mano para intentar levantarse y te mira para asegurarse que estás ahí . Son momentos en los que no te preguntas cuándo vendrán los padres a recogerla, porque no sabes si se ha acabado el tiempo o queda todo el tiempo del mundo. También viene cuando escuchas embelesada una historia que le ha ocurrido a una amiga hace años, una historia que no te ha ocurrido nunca a ti, y entonces descubres que todo lo que te está contando es parte de la variedad del mundo, y te tranquiliza pensar que la vida es corta pero rica. Sosiego me da esta madrugada en mi pequeño jardín en la que solo se han despertado los mirlos, que van y viene a sus anchas bebiendo el agua de los platos de los tiestos, e ignoran que es un bien escaso. 

El sosiego es mi esperanza.

La vida insiste

Georgia O´Keefle (1932)

La vida es consecuente, y por eso insiste a pesar de que el horror crezca en sus aceras. Hoy me ha despertado con luz. Se me ha adelantado el día, me ha ganado la carrera, esa que no tiene premios, que no es competitiva. Me he sentido cómoda  contemplándola desde mi pasividad. Ayer domingo, tranquila , sentada en mi jardín despedí la luz de la tarde con un pañuelo blanco entre mis dedos. Hay que intentar apaciguar los tiempos. Me fui a dormir, y el día murió sin remedio, sin que nadie pudiera evitarlo. Pero hoy lunes, al despertarme, oigo la desmesura de esta mañana de primavera, una mezcla de fuego y terciopelo y veo con asombro y satisfacción que la vida es consecuente, que insiste a pesar de que el horror crezca en sus aceras. Y le doy la bienvenida agradecida.