La madrugada sin despertador

Anna- Eva Bergman (Suecia 1909 – Francia 1987)

El gran poder del silencio se escucha de madrugada, y también en este lugar anfibio  entre el espacio y el tiempo, la espera se libera de lo que va a venir y se convierte en un estado acabado con luz propia. No hay nada que esperar y el silencio se escucha. Estos son mis compañeros de viaje nada más levantarme, los algodones que me envuelven al nacer cada día. En este lugar anfibio se detiene todo, y la desnudez se hace presente. Más tarde entran el sol y la vida con sus prisas en mi salón, acompañadas de una agenda completa y alguna que otra zozobra. Mañana de nuevo, me esperará otra madrugada sin despertador, con el silencio que se escucha y esa  espera que no necesita que algo llegue.

Abuelas desayunando en La Parada.

Una vez más hemos quedado mi amiga Luisa y yo a desayunar en La Parada. Lo hacemos periódicamente, eso sí con más o menos frecuencia. No hay nada programado, son apretones ¿Nos vemos mañana para desayunar después de tu peluquería? «Vale pero temprano, que tengo a cita a las 11». A las 9,30. O.K. Para estas cosas el whasap es perfecto. No entiendo que se esté contra la técnica. A Luisa y a mí nos gusta vernos, y por eso nunca nos despedimos con un “Nos vemos” porque es la fórmula cliché para no verse. Nos despedimos “como siempre ha sido un placer” La siguiente cita será producto de otro ansía repentina. Aún no está en la agenda pero está en nuestra cabeza y en nuestro corazón.

Luisa y yo vivimos en el mismo pueblo pero cada una frecuenta distintos círculos. No está en mi círculo próximo de la cotidianidad, de los clubes de lectura, del colectivo feminista, de los aperitivos de los miércoles, de los paseos por El Forestal, de mis citas con el cine y el teatro, pero está instalada en los afectos profundos y necesarios. Además de buscarla y buscarme hablamos de nuestro mundo compartidos y de otros mundos que no son los míos, y yo los descubro gracias a ella. Son las personas que tienes en tu vida sin aditivos, sin banderas. Están en tu vida al desnudo, tienen luz propia, y por eso la buscas, y lo más importante, la encuentras siempre.

Antes de sentarme sin mascarilla con Luisa en el interior de La Parada, hoy llovía,  he saludado a Concha, estaba tomando churros con amigos preparando un viaje a Valladolid ¡ Paloma nos va a llover de lo lindo, el lunes te mando la lista con mis perfiles de mujeres silenciadas! ! A disfrutar Concha! Cuando me siento enfrente de Luisa la digo que está muy guapa !es la pintura Paloma, yo me pinto muy bien pero me lleva un tiempo! El jersey es muy bonito Luisa “Es de Cortefiel, muy barato, había de todos los colores, pero yo he escogido este azul” Es precioso.

En los encuentros con Luisa no solo están presentes los  churros, las porras y los descafeinados con leche de soja. Hay mucho más. Esta mañana ha prevalecido nuestra condición de abuelas. Me ha tocado a mi, en esta ocasión, ser protagonista. Ella es veterana. Le he contado que ayer estuve con Carmen, mi nieta, en el parque y que la encontré mayor. Qué me dio mucho vértigo porque el tiempo se nos pone por montera, también le he dicho que aunque no la veía en quince días mi nieta me sonrió y me tendió los brazos. Y he añadido que mi hija, que está también embarazada, me grabó ayer mientras hacía el ganso con Carmen entre los barrotes de colores de la valla del parque y me dijo ¡Mami guarda parte de esta energía para mi Popita! ¡ Amor mío tu Popita tendrá su ración de locura de la abuela porque para “la ternura siempre hay tiempo” como dice la canción de Víctor Manuel y Ana Belén!.

Paga el desayuno Luisa y le digo al oído mientras nos dirigimos a la barra “No soy clasista por el dinero, por los apellidos ilustres, por la cultura , por la raza, por la condición social, pero ser abuela te da un estatus” Claro Paloma pero no lo digas muy alto y que tú y yo oficialmente estamos en contra de las jerarquías.

Llueve y como no he traído paraguas Luisa me deja en casa en coche y le digo Ser abuela es un regalo, no un derecho, los nietos los tenemos porque nuestros hijos han decido libremente traerlos a este mundo, así que tenemos que estar agradecidas «Si Paloma, y además tenemos que procurar vivir día a día su crecimiento, estar con ellos, y no limitarnos a enviar sus fotos por whasap». Yo necesito ver la cara día a día de esa Carmen. «Yo también Paloma la de los míos».

Luisa me deja en Aranjuez 3, ya no llueve, pero ya estoy recogida en mi casa. Desayunada y dispuesta a agradecer a Luisa su presencia y su complicidad. Y a hablar de Carmen.

Luisa por su lealtad y su presencia.

El aperitivo de los miércoles, un sumando.

Otra tarde intensa la que se me presenta hoy 20 de abril:  lluvia, cielo nublado pero salpicada de optimismo. No despliego ningún mirador ni contrato a una banda musical para recibir el anochecer porque no lo estoy esperando. No espero ese futuro de rojos y amarillos que no vendrán esta tarde porque el cielo no está limpio. Ser consciente de lo que te pueda suceder, de lo que no va a llegar puede ser el arma más potente para valorar lo que tenemos. En esta tarde larga y casi invernal, toca reconocer lo que no se espera porque ya se tiene.

Pandemia, mascarillas, cuatro comensales por mesa en el exterior de las terrazas, luego seis y más tarde ocho… todas esas esas situaciones las hemos sorteado las chicas del aperitivo de los miércoles ¿cuánto llevamos dos años? ¿un poco más? Más o menos. Siempre respetando las restricciones pero salvando los encuentros e intentando respetar el día de guardar.  No siempre se ha cumplido la cita, pero casi siempre.

Al principio esta andadura fue una forma de defensa contra el aislamiento y la anormalidad. Frente al miedo un poco de cercanía, eso sí con mascarillas, con abrigos de plumas y bufandas,  gritando a gritos por la distancia, pero siempre  buscando el sol para calentarnos o la sombra para aliviarnos. 

A veces somos siete u ocho, y a veces somos dos. Pero todas queremos que esa cita se mantenga aunque no se acuda. ¿De qué hablamos ? de todo, desde asuntos feministas (nuestro punto de unión como grupo de ocio) hasta cómo nos pintamos los ojos para que resalten más. Todo es posible: Hijos, nietas, ligues, avance de la ultraderecha, violencia machista y si alguna viene con los labios pintados la coreamos GUAPA, GUAPA y GUAPA. También hablamos de Buero Vallejo y de Miguel Hernández, como hoy, que es miércoles.

Uno de los muchos encuentros entretenidos fue uno en mi jardín, de día y a pleno sol, nos contamos historias como si estuviéramos de noche en torno a un fuego de campamento. Cada una relató una historia que vivió cuando era niña de lo más atractiva y curiosa. Historias de siempre: vecinos con doble vida, anécdotas de nuestra familia y situaciones rocambolescas como una vecina mía que me pedía prestados libros de psicología cada vez que tenía consulta con un afamado oculista con la intención de impresionarlo. Ella tenía uno de los oficios más nobles y necesarios: despechaba  detrás de un mostrador, era la hija de la dueña en una tienda donde se vendía desde bacalao a chicles y pipas. La magia de esta tienda que se llamaba El Laberinto la tenía atrapada, y solo se escapaba con mis libros prestados de psicología.  Ese día terminamos de contarnos historias a las cinco y nos despedimos con un puntito.

¿Qué ingredientes hay para que estemos a gusto y repitamos? Creo que nos sentimos  livianas y cómodas, y no tenemos que actuar. No estamos alertas ni nos tenemos que esforzar. No estamos pendiente de lo que dice una para que salte la otra. Esto que parece tan simple no se da siempre. Esto tan aparentemente sencillo puede estar ausente  en grupos familiares o en grupos rellenos de afectos en los que se está más pendiente de templar gaitas y de “tengamos la fiesta en paz” que en estar tranquilas, o ser transparentes y directas.

También repetimos porque no somos adictas a las confesiones de felicidad absoluta como critica Manuel Vilas en su libro  “Alegría”. Esas confesiones absolutas son falsedades elegantes que no acercan.

Po su sencillez, su cercanía, su naturalidad y su falta de confesiones absolutas, el aperitivo de los miércoles es un sumando más. Ni más ni menos.

Todavía no ha anochecido. Pero me libera no estar esperándolo.

Para Emilia y Milagros, presentes en el aperitivo de hoy miércoles 20 de abril

Extraños (o cercanos) en un tren.

Empiezo un viaje de largo recorrido con nuevos compañeros de viaje  que me despediré de ellos cuando lleguemos a nuestro destino, sin saber cómo nos llamamos y por qué vamos juntos durante dos horas y media. Dios los cría y ellos se juntan. ¡Cuántas horas a lo largo de nuestra vida pasamos en estas circunstancias! En las colas por cualquier motivo, en las salas de espera de médicos, en los gimnasios…Desconocidos pero compartiendo tiempo y lugar. Si estuviéramos afectados durante ese periodo por un mismo motivo haríamos causa común, celebraríamos una asamblea espontánea, escribiríamos una carta y la firmaríamos. Nos pasó en una ocasión a mi familia durante un vuelo a Grecia, se averió el avión y aterrizamos de urgencia en Barcelona, nos dejaron abandonados y sin información, indignados los pasajeros llegamos a hacer una espontánea concentración en pista, pero despúes “Aquí paz y después gloría”.

Miro a mis compañeros  de viaje en el AVE y me cuestiono si haría un minuto de silencio por ellos como hago ante un dolmen, ante los restos de Calatalifa (la antigua ciudad árabe de mi pueblo)  o ante ruinas  arqueológicas  que tanto me conmueven. Cuando viajaba con mi gente y con mi padre, ante una ruina o monumento arqueológico les pedía un minuto de silencio por esos hilos  de humanidad que nos unían con los habitantes de esos lugares de hace miles da años. En mi familia no somos creyentes, pero sí somos litúrgicos. Mi padre era el primero que se abrazaba a un árbol o cronometraba el minuto de silencio, y mis hijos me seguían por obediencia o porque asumían ¡que eran cosas de mamá! . Los del AVE, los del dolmen y yo somos la misma humanidad.

Miro a mis compañeros de viaje y veo que no hay ningún gesto de excitación en sus rostros, ningún atisbo de aventura, de sentirse protagonistas de algo épico. Algunos duermen con la boca abierta, otros miran el móvil, ninguno lee un libro en papel y ninguno mira con ensoñación el paisaje por la ventanilla. Estos viajes ya no se contarán como hazañas porque son simples traslados de un lugar a otro. El viaje en sí no tiene importancia. Para mi madre mucha, ella nos decía “yo quiero ir en coche a Irún tomarme un café y volver a Madrid”. Para ella lo importante era el viaje, por eso sus destinos deseados eran lo más lejos posible: Irún (el extranjero todavía no existía) . Quizás para mi madre el viaje era una huída, una huida relativa porque siempre había billete de vuelta o quizás, un simple cambio de aires o tener la sensación de que en un lugar,  en un paisaje eres, por un tiempo, un ave de paso.  

Pienso en mi madre mientras miro, a través de la ventanilla, cómo ha cambiado la luz del día y el paisaje durante el trayecto. Ya estamos llegando. Me imagino a mi madre adormilada, con la cabeza ladeada en el asiento, el pelo blanco y sus gafas de montura de pasta torcidas. Sin un libro de papel entre las manos pero con una alegría inmensa por viajar y conocer un lugar distinto. La segunda parte solo la sabría yo, porque si la mirara otro viajero del tren solo vería una señora mayor, adormilada por propio aburrimiento.

Anuncian por megafonía que nos faltan ya pocos minutos de trayecto. Algunos de mis compañeros de viaje se levantan apresurados a coger su equipaje como si tuvieran mucha prisa por llegar porque alguien les espera o van a ser protagonistas de algo grande.  Otros más tranquilos esperan a que se abran las puertas del tren para entrar con paso firme y sereno a la ciudad. Yo soy de las últimas en salir porque he añadido un último párrafo en mi bloc de notas ¿quién soy yo para eternizar en letra impresa “Estos viajes ya no se contarán como hazañas porque son simples traslados de un lugar a otro”? Soy una pretenciosa  me digo, y me acuerdo de la canción de Raphael “¿Qué sabe nadie?”

Cierro la libreta, la meto en el bolso, miro por última vez a mis compañeros y los veo variados : alegres turistas que descubren una ciudad, o habitantes que vuelven a su hogar. También imagino la cara de mi madre si la estuvieran esperando, en la estación de Alicante, sus bisnietas Nora y Carmen, a las que nunca conoció. 

Arrastro la maleta por el andén y percibo que no soy la última, detrás la compañera de viaje que he tenido durante dos horas y media enfrente de mí, escribe algunas cosas en un breve cuaderno mientras me está mirando ¿qué anotará?

Ilustraciones de Manuel Gómez Arce (Badajoz 1951)

De la 518 a la mafia calabresa

Amalia Avia, 1971

En la 518 también se viaja, no sólo a Príncipe Pío. Es sábado por la tarde, voy a Madrid en transporte público con gente joven que me alegra el trayecto. El panorama no tiene nada que ver con el que hay en días laborables, hay otro paisanaje urbano. Cualquier viaje, también los de corto recorrido, te muestra la diversidad. Optar por el transporte público además de económico y ecológico, es una oportunidad para contemplar cómo se mueve la vida ( bueno un fragmentito de vida), más allá  del sofá y el coche privado. 

En los días laborables hay estudiantes de la Universidad Europea que parlotean en otros idiomas y otros lenguajes juveniles, también muchos viajeros emigrantes, que son los que entran y salen de las camionetas con caras cansadas y  se suelen adormilar en los asientos. En sábado o domingo, el ambiente es otro. Hay un jolgorio compartido, muchas botas altas, pelo larguísimo en las chicas, y mucho la palabra tía, y tío en los diálogos. 

Si aceptamos el viaje como meta yo he llegado ya a mi destino: Príncipe Pío, pero si también lo entendemos como una puerta maravillosa abierta a mundos que permiten multiplicar el propio, quiero contar que emprendí otro nuevo viaje hacia un lugar cercano a la estación de autobuses: los cine Renoir de Plaza España. Mi hermano y yo fuimos a ver la película Para Chiara (Jonas Capignano 2021). Los viajes no solo se miden en kilómetros. 

Volver de nuevo al cine es una alegría grande. Dejas a un lado las terrazas, los jardines, los paseos y te metes en un lugar oscuro, consciente de que en algún momento te aparecerá alguna luz en la sala, en forma de lágrima, de rabia, de reflexión, o de ensoñación. Aunque se exhiba la mayor tragedia del mundo, la gente está encantada de volver al cine. 

Para Chiara es una película ambientada en la mafia calabresa, uno de los rincones más oscuros de Italia, y donde se convive con la normalidad sanguínea. Es el mundo en el que se cría Chiara, una muchacha de quince años que, en un momento de la película, debe decidir si seguir con la tradición heredada o abandonar las cargas familiares. De nuevo la palabra viaje. Chiara desde la perplejidad emprende un viaje en el que pierde la inocencia, viaje en el que tiene que asumir una serie de contradicciones que tienen que ver con su propia identidad. El viaje de Chiara es un viaje iluminador a la madurez, a la emancipación. Nos gustó a mi hermano y a mí. 

Nos gustó ir al cine, nos gustó la película, nos gusto vernos y  por eso hicimos una parada. No fue uno de los recesos habituales típicos de los autobuses de línea para descansar ni para ir al baño, fue un deseo de continuar el viaje. Subimos a un piso alto, nos tomamos un Ribera y una cerveza , y desde una terraza vimos cómo la Plaza España anochecía, cambiaba de luz y se volvía negra, como las salas de cine. Me pareció barato el vino, y lujoso todo lo demás. 

Nos despedimos los dos hermanos a la altura de Leganitos, yo emprendí mi viaje de vuelta a pie hasta Príncipe Pío, y me volví a subir a la 518.

En este viaje de vuelta me fijé en los adolescentes muy jóvenes que subían en la parada de Tres Aguas, (otro de los muchos mausoleos del ocio cerca de nuestro pueblo)  jóvenes consumistas y libres, emancipados gracias a Internet de la tutela de sus padres desde tiempos remotos pero sujetos a su paga. Subían cansados y se sentaban en el suelo compartiendo imágenes del móvil. Mostraban un cansancio muy diferente a los emigrantes que viajan en los días laborables. 

Me río del los viajes espaciales.

Me río de los viajes a planetas o estrellas que están a millones de años luz de la Tierra.

Esos viajes son mínimos. (Manuel Vilas. «Alegría» , 2019 Editorial Planeta)

Anclar la tarde

Edward Hopper 1953

Decido acompañar a la tarde, de la misma manera que alguien que tiene un deseo lo intenta cumplir. Quiero estar al lado de la tarde, escoltarla y ver cómo su luz incendia las fachadas que tengo enfrente de mi casa.

Desde un rinconcito de mi salón escucho a Sabina en el bulevar de mis sueños rotos vive una dama de poncho rojo… ,y espero serena y expectante a que la tarde se vaya abriendo. Un rinconcito artificial que me he fabricado en un momento como si fuera una diseñadora de moda. He movido un sofá que siempre descansa bajo la ventana y lo he puesto en medio de la sala y, en su lugar he colocado una mesa de camping en la que he depositado mi ordenador, el móvil conectado a Soptify y mis gafas. Desde el ventanal que siempre tengo de espaldas hoy he visto pasar gente, algunos vecinos y otros paseantes. Compruebo lo que retrasa la marcha un niño pequeño cuando sube la cuesta de mi calle, cómo le esperan sus padres y abuelos, lo hacen  con paciencia y por inteligencia ¡Qué puede ser más importante, cuando el día está a punto de acabar que descubrir cómo sube el chaval! ¡cómo se apaña!¡cómo se distrae y mira mi madroño!

Cuando contemplas la vida desde una ventana no tiene hueco la prisa. Hay tiempo, la tarde se presenta amplia y extensa. Ahora es Ismael Serrano quien canta Papá cuéntame otra vez ese cuento tan bonito de gendarmes y fascistas, y estudiantes con flequillo … mientras oscurece. Espero con tranquilidad y curiosidad ¡cúantas tardes hay en nuestras vidas que pasan sin más!. 

Ya es casi de noche, sigo con cortinas y persianas levantadas, desde la calle me verán porque he encendido una lámpara que enfoca a mi ordenador mientras escribo. En Amsterdam y en algunos lugares de Europa la gente desde el exterior ve perfectamente las intimidades de las casas .También ocurre en la pintura de Hopper, donde los personajes de los cuadros miran y son vistos desde la calle.

La noche ya ha descendido, habrá que recolocar el  salón y volver a la normalidad. Es hora de cerrar el día y bajar las persianas. Tengo la sensación que pongo fin a algo hermoso que me ha pasado hace apenas unos minutos. Me resisto y mantengo un poquito más las luces encendidas y las persianas alzadas.

En mitad de la plaza hay alguien que se vuelve

y levanta los ojos

para buscar la luz en mi ventana,

el faro de la noche y sus fantasmas

Luis Garcia Montero “El Lector” (De Habitaciones separadas)