Las trampas de la vida

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Muchos de los líos de la cabeza se van cuando vivimos. “Ayer pasamos un día estupendo” esa es la esencia de la vida no hay otra “Totalmente, pensé lo mismo”. La esencia de la vida puede ser un desayuno al sol, con la gente a la que quieres, a la que adoras, y compartiendo el cuidado y las sonrisas de Carmen. Perfecto triangulo: mi hija, mi nieta y yo. Todo ello posible gracias a la argamasa que suman los afectos y los esfuerzos. Sin esfuerzos, y sin tiempo dedicado, los afectos solo son un simple libro de familia, o una galería de fotos a enseñar en sociedad, por eso al final nos liamos, y nos complicamos la vida. Vivir la vida sin trampas no es fácil. Siempre lo he intuido, pero ahora cuando lo leo en un libro lo teorizo. La palabra escrita tiene mucho poder. El libro es “La vida pequeña. El arte de la fuga” de J.A. González Sainz, de Anagrama. Nos invita a analizar cómo es nuestra vida, no con la pandemia sino la de antes del desastre: la fuerza de la aceleración, la pérdida de la realidad, la presencia de la banalidad, el papel desmesurado del hacer, de trabajar, y la existencia de nuestra mentiras y nuestras trampas. Frente a todo esto, la vida pequeña. Solo llevo 50 páginas, pero sé que parte de su filosofía puede estar en ese desayuno al sol con mi adorada hija.

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Muchos de los líos de la cabeza se van cuando abandonamos la idea de aspirar a una vida completa. Pensamos que nuestra existencia más que una vida es un rompecabezas perfectamente encajado: trabajo, pareja, hijos, nietos, aficiones, pasión, etc…y cuando alguna o algunas de esas piezas faltan (faltan siempre) pensamos que estamos vacíos e incompletos. Creemos que una persona que vive sola en menos feliz que un matrimonio deshecho aunque vivan bajo el mismo techo, que los hijos, aunque no los veamos, son nuestra base, y que los nietos son la prolongación de nuestra existencia, aunque no sepamos cuando le crecen los dientes porque nunca vamos a verlos, y preferimos ver los partidos fútbol, y no hablemos de los trabajos, garantía de egos y soledades. Con ese esquema funcionamos, torturamos y nos torturamos. Una amiga argentina me comentaba “¿Pero dónde está la vida completa? ¡qué falacia! cambiamos continuamente, nuestras compensaciones no siempre son las mismas, una pasión puede suprimir todo lo demás que nos han vendido como felicidad, una afición, o los cuidados a una persona querida sea tu madre o tu nieta, o tu propia soledad elegida te puede dar sentido a tu vida que toda esa normativa que nos han impuesto». «Además Paloma,» continuaba mi amiga argentina, «miremos a nuestro entorno qué vemos: gente que vive en soledad y no se queja, personas que crian hijos de su pareja, no son suyos y no están mal , seres  muy acompañados pero desgraciados, e individuos instalados, en eso que dice J.A. González Sainz en su libro, en las trampas de la vida. Vivir tu vida en la que el grado de satisfacción lo pones tú, y no ningún rompecabezas perfectamente encajado, es lo que debemos hacer Paloma«, me dice mi amiga argentina. 

Cuando lea más páginas de “La vida tranquila. El Arte de la fuga” y tenga otra conversación con mi amiga argentina, os seguiré contando. 

A mi hija, a mi nieta…y a Meli.

Ilustraciones Sonya Delaunay (1885 – 1979)

Aunque siempre anochezca en Atocha, no todos los días son iguales.

Atocha

Atocha, y cada uno  de nosotros tiene su atardecer. Es el fin del día, que no es la muerte. Ese pase de testigo del día a la noche despliega tanta variedad, tanta fantasía y tanta magia que embellece todo lo que cubre, sea el mar, sea la montaña más bella, sean las dependencias de la estación de Atocha o los perfiles del desorden urbanístico de Móstoles o Alcorcón. Pasa el tren por todo el Sur y el cielo que aparece es el mismo que el del Norte y por un momento te crees que hay igualdad. El cielo y el mar son gratuitos.

Subo la calle, hacia Atocha,  con la misma mochila que cuando la bajé, pero con distinta carga. No empezamos el día como cuando lo terminamos, con el atardecer ya llevamos el día casi completo. No son iguales todos los días, aunque parezcan. Distinguirlos uno a uno requiere el mismo trabajo como el que empleaban nuestras madres y nuestras abuelas para limpiar las lentejas, ahora ya vienen limpias en Mercadona, y por eso nos despistamos. La rutina es una carcoma que perfora la vida,  aunque a veces creamos que la sustenta. Por rutina podemos ir a misa todos los domingos, y perderte un desayuno inesperado al sol con tu hija y tu nieta, una pedorreta de Carmen, o una comida con tu hijo. Los días no son iguales, aunque Mercadona nos vende lo contrario. Eso sí, el atardecer aparece todos los días, en cada uno de nosotros, y en Atocha. Pero entre el amanecer y el final del día, hay mucho trecho.

A mis hijos

La armonía con la vida también se hereda

Es mediodía y ya me han pasado cosas. Me he ido a hacer una PCR al Hospital de Móstoles, allí me he encontrado una carpa junto a la entrada principal destinada para esa prueba. Cuando he entrado solo había dos personas antes que yo, un anciano y una joven que le llevaba del brazo Señora no puede pasar usted, por aquí señor, se sienta en esta silla, deje la nariz libre, se baja la mascarilla hasta la boca pero manténgala cerrada. La joven, a mi lado sufría, “Es que a él todo esto le supera, es mi abuelo”. Cuando acabó la prueba le miré ¿85 años? iba vestido como vestía mi padre, pero con garrota (mi padre no la llegó a usar): jersey burdeos, camisa discreta y pantalón gris. Ayudado por el bastón, salió por su propio pie, y con los deberes hechos. Me dio la sensación de que los nervios estaban en la nieta, y en el señor anciano lo que había era un estupor muy grande, pero poco a poco iba saliendo de la carpa, apoyado y pasito a pasito.

Como la mente es muy rápida y se dispara, he cambiado de personajes en esta escena, y he visto a mis tres sobrinas o a mis hijos acompañando a su abuelo Justino a hacerse una prueba PCR. Me imagino el cuidado y protección hacia mi padre, nerviosas porque esta situación para nuestros viejos es difícil, y también me imagino a Justino, aturdido y nervioso, pero diciendo a su nieta que no es para tanto la molestia, que solo ha sido un cosquilleo, y que las dos enfermeras disfrazadas de astronautas eran unas profesionales muy preparadas, y que  el sistema de salud público es una maravilla. ¡Qué suerte tenemos, cómo han cambiado las cosas! Para mi padre la tarjeta de la seguridad social era un cheque en blanco para vivir sin problemas, y el bono transporte unas alas que te llevaban a todas partes. Y la modesta pensión era bastante para regalar 50 euros en los cumpleaños y el día de Reyes a sus nietos e hijos.

Imaginar este cambio de personajes, y estos diálogos me ha resultado conmovedor y a la vez reconfortante para huir de este pesimismo que nos invade. Ver a mi padre cuidado por sus nietas a las que él cuido hace años con verdadera atención y pasión, y escuchar las posibles y reales palabras del abuelo siempre viendo la botella medio llena, te abre un poco los pulmones para seguir respirando. Se heredan muchas más cosas que la vivienda y los pequeños ahorros, por ejemplo, una cierta armonía con la vida.

Ya en mi pueblo, aparco el coche a la puerta de mi casa, y me voy andando a hacer recados, que no son compras necesariamente. Busco un sinónimo de recados, y encuentro quehaceres o tareas. Me gustan las tres palabras. Mi primera tarea es entregar el último libro que hemos leído en el Club de lectura de la Biblioteca Municipal (otro servicio público) , y recoger el nuevo. Allí nos encontramos tres tertulianas que íbamos a hacer el mismo recado, y decidimos tomar un café en la terraza de Rodilla. Ya sentadas aparece otra tertuliana que viene de andar, y a los pocos minutos otra. Nos juntamos cinco ¿De dónde vienes Cristina? de hacer pequeños quehaceres ¿Los has hecho todos? No, he dejado adrede unos pocos para volver mañana a la calle, no quiero que se me acaben hoy todos. Emilia dice que está muy contenta de habernos encontrado y que ella paga el café. En ese momento me viene a la cabeza mi madre y mi tía María, mujeres muy trabajadas, una haciendo 50 comidas al día en un bar, y la otra limpiando casas,  pero capaces de escaparse a Sol, a probar y comer un pollo asado (que era una novedad en esos tiempos),  tomarse un café con una ensaimada recién hecha ellas solas, comprarnos el mejor jamón de York del barrio, y jugar a las cartas y dejarse ganar. A ellas les gustaba la calle y juntarse.

Las del Rodilla de hoy, tenemos más tiempo que mi madre y mi tía María, y más medios que ellas, pero compartimos  un tercer elemento que no sé como llamarlo. ¡Benditas ellas que nos lo han trasmitido!

Me queda medio día, a ver qué sucede.

A mis sobrinas, y a mi hijos, seguros cuidadores de Justino…y a Emilia, que nos ha pagado el café .

Ilustraciones de Mary Cassatt (1844 – 1926)

Diario del pasado jueves

Una vez aparcado el coche, y casi ya en la estación de Móstoles, me tuve que volver porque me había dejado el libro en el asiento del copiloto. No siempre voy con un libro bajo el brazo (estás fuera de casa mucho tiempo y los bolsos son pequeños) pero a veces lo necesito. Es algo generacional,  pero también es por el tacto. Un libro en papel es un apéndice de tus manos y cuando pasas la página, notas en cada una de ellas las terminaciones nerviosas y su sensibilidad. Aunque la lectura es una práctica silenciosa, también el sonido del papel atrae. Carmen con sus siete meses ya tiene cuentos, que toca y escucha. En la mañana del jueves jugó mucho con ellos. En uno de ellos cada imagen tiene distintas texturas, y yo le dirigía su manita hacia ellas, y cuando notaba la diferencia me miraba asombrada. Tiene otro libro que las páginas suenan cuando las tocas. Carmen ya tiene sus  libros, los toca, los oye y, sobre todo los chupa. 

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El libro que abro ya sentada en el vagón de Cercanías es Ensayo general. Poesía reunida 1966 – 2017 de Francisca Aguirre. Es un libro que circula de la estantería de poesía a la mesa del escritorio con frecuencia, mi lectura de poesía es poco constante porque me resulta difícil. Hace poco debatimos en el Club de Lectura de mi  pueblo “Poeta en Nueva York” de Federico García Lorca, puro surrealismo, y su lectura me resultó complicada. La poesía de Paca Aguirre es muy distinta. “ No sabes lo que me gustaría ser capaz de crear metáforas como lo hicieron los surrealistas…De verdad que me gustaría muchísimo pero lo cierto es que a mí el corazón cada día me pesa más me pesa tanto que no hay quien lo mueva…El puto corazón está ya de vuelta de todo hasta de las metáforas…” (Impotencias). Este libro lo volví a poner sobre mi escritorio hace unos días porque estuve oteando mi biblioteca, colocando de nuevo los libros, cambiándolos de estantería, tomando uno a uno cada libro y repasando mi biografía, mi vida. No limpié el polvo, fue otra cosa más táctil, más profunda. Es una operación imposible con los libros digitales, tiene más en común con el repaso de un álbum de fotos. Los libros hablan mucho de ti misma. Se lo comentaba la otra noche a Juan Ignacio y Mª Ángeles, cerca de Atocha cuando tomábamos una copa después de una jornada completa con Carmen. Llevo dos días revuelta, nostálgica, viendo mi vida, mis gustos y también mis frustraciones, mientras trajinaba con mi biblioteca. “ Te entiendo, Paloma, hace días tuve que buscar unos libros para mi hijo como lecturas obligatoria del Instituto, y cuando los encontré, mi hijo me preguntó: ¿Mamá te los has leído todos? y le respondí no, quise en su día leerlos, y me gustaría leerlos, pero no me los he leído”. En la biblioteca se repasan tus aficiones del pasado, tus compras, los regalos recibidos, el gozo de la lectura de tus “40 principales”, tu sonrisa compasiva por los libros insufribles que un día compraste, y también la frustración por los no leídos.

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Me reconozco en mi biblioteca, veo mi pasado y también el presente. Hoy por hoy no compro un libro que no vaya a leer. El deber leer y lo conveniente se acabó (no solo en la lectura). Las estanterías más pobladas son de literatura española, y después las de literatura norteamericana: Cheever, Richard Ford, Dorothy Parker, Elizabeth Strout, Siri Hustvedt o Lucía Berlin. Algunos de estas autoras las he releído, y ya no se las recomiendo a todo el mundo porque algunos me protestan “¿Es que no pasa nada en estos libros?” Cuando no pasa nada es que pasan muchas cosas, les contesto ¿no pasan cosas en una lavandería? (Lucía Berlin) ¿no pasan cosas en la relación diaria de una pareja? ( Dorothy Parker) ¿no pasan cosas cuando eres una anciana normal y corriente? (Elizabeth Strout). Pasan muchas cosas pero hay que ser maestras de la pluma para contarlo. En lo ordinario está lo extraordinario.

Ya estoy en Atocha y cierro el libro de Paca Aguirre con rotundidad sonora. Salgo con el frio de la mañana tempranera del jueves. Ya refresca. A estas horas Carmen duerme, y la esperaré a que abra el ojo, después nos iremos a la ventana a saludar el nuevo día y ver los faros de los coches, y cuando esté más espabilada le pondré los libros cerca, para que los toque, los suene y los chupe. Cuando sea un poquito más mayor le contaré que no hay nada más barato, más rentable y más gozoso que leer. Pero hoy jueves solo me toca esperar a que llore, acercarme a la cama y darle la seguridad de que no está sola.

Diario de ayer miércoles

Entre el teletrabajo y el miedo al contagio, los trenes de cercanías han perdido las horas puntas. Se han igualado las horas. Es mi experiencia en la C5 por las mañanas. Entras sin empujones y eliges asiento, desde ese rincón del vagón puedes ver como se te escapa una parte de Madrid por los cristales y pasa de largo sin ningún pudor. También puedes observar a tus compañeros de viaje, abrir un libro y leer, o pensar en algo. 

Con el traqueteo del tren me viene la cabeza  Elisa, la amiga que el día de Nochebuena cenó con su fracaso, la que puso una mesa con dos platos, y los dos mirándose a los ojos compartieron la Navidad. La llamo desde el móvil ¿Por qué no invitas otro día a cenar a tus pequeños éxitos?  “¿Por qué solo a los pequeños?” me contesta,  porque son los  que tenemos de verdad  “¿Cuál fue tu éxito Paloma? desembucha que te conozco, porque tú me has llamado por algo”. Sí, te he llamado para contarte que ayer martes tuve una satisfacción muy grande, fui al teatro.  Me invitó un amigo” “¿lo pasasteis bien?” Él no fue, tenía Covid, me busqué otra pareja, pero él compró las entradas el 16 de septiembre, el día de mi cumpleaños para el 11 de enero, y lo más emotivo es que eligió la obra pensando en mí. Yo no sabía lo que iba a ver, algo raro en mí, y me senté en la butaca a verlas venir. Y me encontré Infamia, una obra teatral de denuncia la desigual y la violencia de género, ubicada en México, pero lógicamente exportable al mundo. Se pueden escribir muchas Tierrasextendidas sobre la obra teatral, pero hoy solo quiero mencionarle a él, a Juan Ignacio ¡qué maravilla que te llamen, que te convoquen, que te inviten, para mí es un éxito!. “Un éxito Paloma, claro que sí» sí, Elisa, por eso cuando terminó la obra le llamé y le di las gracias.

Me despido apresuradamente “te dejo Elisa que ya estoy en Atocha, gracias por escucharme porque no a todos tus afectos puedes contar tus pequeños éxitos» Salgo a la calle, y me encuentro las colas de los autobuses, Madrid ya no pasa de largo está de nuevo presente, compruebo que a pesar del teletrabajo y de los contagios, hay cierto ritmo callejero. Enfilo la calle que me lleva a mi destino, pero este miércoles por la mañana quiero fijarme más allá de las aceras, más allá del primer y miro para arriba: me encuentro dos edificios religiosos que me propongo visitar pronto, la irregularidad de los tejados pinchados de antenas, y me fijo en las ventanas con las luces encendidas. Cuando llego a mi destino me encuentro a Carmen pegada a los cristales, me coloco a su lado para que me enseñe su ciudad, la que ve: los faros de los coches que entran y salen de su campo de acción, los autobuses que se paran más tiempo, los paseantes diminutos que solo miran al suelo, pero lo que más le llama la atención son las propias ventanas, el ruido que producen los cristales cuando sus manitas los golpea alocadamente. Tan satisfecha está que me mira, me invita a compartir su pequeño éxito de la mañana.

Dedicado a J.I amigo que además de invitarme al teatro, me hace reír mucho

Diario de ayer martes

Cuando llego a las 7,30 a la estación de El Soto, Móstoles, y dejo el coche aparcado me llama la  atención la gente que hace lo contrario que yo. La que se sube al coche y vuelve a su casa. Se lo encuentra con hielo y debe dedicar unos minutos para limpiarlo. Yo simplemente lo dejo abandonado. No todos vamos a lo mismo durante el día, ¡y no digamos en la vida! Unos van y otros vienen. Este ir y venir de madrugada me ha recordado mis tiempos de trabajadora en RNE,  donde la plantilla se organizaba por turnos. Al principio te asignaban uno, pero poco a poco podías cambiar  (no todos, claro) en el que mejor encajabas  por tus necesidades, edad, costumbres, o rasgos personales. Las mujeres casadas preferentemente por la mañana, y hombres, en su mayoría, los periodistas que cubrían viajes oficiales. Un turno muy interesante era el de la noche. Había gente que quería la noche, no sólo jóvenes. Tenía un compañero en documentación, al que yo sustituía por la mañana, que me despertaba mucho misterio y simpatía. Un hombre bajito y regordete muy callado, eran como dicen los versos de Francisca Aguirre en el poema Cementerio “ …los de pequeña voz, los tímidos que no saben exponer sus deseos; menos aún, imponerlos”. Un día hablé con él,  me contó que tenía mucho hijos, que le venía muy bien el plus de nocturnidad, que era poeta, y que la noche le inspiraba mucho. Le pedí que me dejara leer algunos poemas, y cuando los leí, ese hombre bajito, regordete y tímido se convertía en un apasionado amante de un erotismo voraz. Cuando me dijo que era de Móstoles y que vivía en un piso muy modesto, me acordé que el Sur también existe.

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Salgo del cercanías la mañana del martes, y me ajusto el gorro. Hace fresquete. Mientras espero paciente a que se abra el semáforo me fijo en una hombre que fuma mirando al horizonte de espaldas a la ciudad. Son gratificaciones que te da la mañana. No sólo hay prisas, colas en el autobús, ni filas de taxis en continuo movimiento esperando viajeros. Hay gente que sale del curso de la ciudad y se sienta en la orilla a mirar. Este hombre mientras fuma contempla el horizonte de un paisaje urbano: las dependencias de la estación de Atocha. Plazas de garaje con techo abovedado, una fila de naves, y al fondo, el esqueleto de una casa y una grúa.

Abandono a este hombre que fuma y camino sin prisa, pero sin pausa porque me toca mi turno. Carmen ya se pone casi de pie, de puntillas y necesita alguien que la mire.  

Mi diario de hoy lunes

A veces me levanto antes del día y cojo un tren de cercanías todavía sin luz. Las estaciones por las que paso están bajo tierra, y los cristales de los vagones están sucios, y no puedo leer por dónde voy. No sé qué le pasa hoy a la voz que anuncia la próxima estación, está afónica y no se la oye apenas. Fantaseo que estoy perdida, pero sé que no es verdad, pero fantaseo. Tampoco es verdad que no sepa a dónde ir, pero fantaseo con la aventura. Hay momentos en la vida que si te abstraes y los metes en un paréntesis, ajenos a los afectos y al Google maps, te puedes creer que estás sola en el mundo, te puede resultar muy excitante o bien te puede inundar la tristeza. Sentada en el vagón abro un libro de poemas de Francisca Aguirre. No he puesto en mi lista de proyectos para este nuevo año aprender inglés ni dar la vuelta al mundo, pero me he propuesto leer un poema diario. El de hoy es Paisajes de papel. “Aquella infancia fue más triste. Ser niño en el cuarenta y dos parecía imposible…”

Llego a la estación casi por instinto y sigo a la gente que se dirige a la salida. Todavía no es de día, pero ya está llamando a la puerta. Miro a una mujer cómo levanta el cierre de su establecimiento. Me gusta el nombre Bar Royal. La contemplo a la señora con parsimonia y con agrado, porque fantaseo que no es su establecimiento lo que abre, sino el mismísimo  día  que ya está entrando y la señora me invita a pasear por sus aceras.

Maruja Mallo (1902 - 1995)

Maruja Mallo (1902 – 1995)

Casi todo se va despertando a la vez, hasta los mendigos que han dormido en las puertas de las sucursales de los bancos. Se levanta, el sol “…lo único barato, lo único que traía alegría sin exigirnos nada” (Paisajes de papel) ya está en danza y enciende todo menos los semáforos que nunca se apagan, aunque cambien de color cada poco tiempo. Ver nacer el día en la calle no tiene nada que ver con hacerlo desde tu casa. En tu casa puedes seguir tumbada a la bartola, dar vueltas a la taza del café vacía o sentarte ya de mañana en el sofá a ver programas matinales. 

Bajo la calle excitada porque no quiero perderme nada de este nacimiento, que aunque sea un día más es un día nuevo y hay que expresarlo “Buscamos palabras en el diccionario con el afán de comprenderlo todo: necesitamos hacer lenguaje…(Paisajes de papel)

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Llego a mi destino, que es Carmen, y de nuevo me sumerjo en la oscuridad, está dormida, las persianas echadas y sigue la noche. Espero a que se despierte. Y, entonces,  volverá a nacer el día de nuevo con su sonrisa. 

La primera vez hay que contarlo, para que dure siempre

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Siempre hay una primera vez, y este año es la primera vez que hago de paje real para mi nieta Carmen. Es la primera vez que soy abuela. He seguido todo el protocolo que me marco para los regalos que hago a la gente que me importa: pensar en la persona que voy a regalar, y, en la medida de lo posible, que también me guste a mí lo que encargo. Carmen está a punto de cumplir siete meses, es muy curiosa y movida, y lo que he pedido a sus Majestades en la carta es un regalo para que siga en movimiento y nada la espante. Lo que he pedido a los Reyes me gusta, y seguro que también a su padre, que es mi hijo, y no digamos a la callejera de su madre. Carmen tiene unos padres nada perezosos, medianamente caseros, y que les gusta mucho salir. 

Esta forma de regalar la he repetido muchas veces en mi vida. Pero en esta ocasión, el pasado  5 de enero, cuando entré en la tienda real,  sentí que estaba haciendo algo nuevo, que era la primera vez que lo hacía, y con esa sensación coloqué en el maletero el regalo de Carmen, junto a otras compras y a otros regalos. Antes de cerrar el coche tomé conciencia que estaba viviendo una situación singular. Ya era abuela, pero abuela de Carmen, una niña con ojos grandes, azules, sonriente, risueña, movida y curiosa, y pensé sin ningún tipo de duda que los Reyes Magos habían acertado con el presente elegido. Y con esa sensación inhabitual y dichosa conduje el coche hasta el barrio de Moratalla, donde había quedado para tomar el aperitivo con María y Milagros. Otro hecho que aunque sea habitual y  acostumbrado, no deja de ser prodigioso y reconfortante.

Sentadas en la terraza de La Parada, y con frío,  vimos  las colas de gente ocasionadas por el omicron y por las vísperas de los Reyes Magos. Colas para todo: para la farmacia, la copistería y para la compra del Roscón. Sentadas en esa terraza vimos pasar la normalidad reconfortante y prodigiosa: a Maribel y a Pepa, a Joaquina, a Maria y Nacho y a sus adorables niñas. Más tarde, a Ana y a Morgana…

Un día normal donde todo se desarrolló  perfectamente y todo estaba controlado hasta que, ya en casa, comencé a envolver el regalo de Carmen y,  sin darme cuenta, entendí que  quién se estaba envolviendo era yo, con el papel  de la emoción. Le he escrito un mensaje a mi hijo, y se lo he conté “Mamá cuéntalo y cuenta también la primera vez que viniste a casa después del hospital” , me respondió conmovido.

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Se refiere al día que me hice la foto que tengo en el salón de Villaviciosa: “No es que sea la mejor foto de Carmen, pero a mí me encanta porque simboliza su existencia”. También le gustó mucho a mi amiga Mercedes, a Marisol y a tu hermana, le contesto. Es ese día que me abriste la puerta con una sonrisa espléndida mientras tenías a Carmen en brazos recién nacida, y sentí también en esta ocasión, que era la primera vez que veía a mi hijo como padre.

También por primera vez se me encendió una linea de continuidad que comenzaba en mi dedo gordo del pie que traspasaba mi cuerpo, que seguía hasta el tuyo y se terminaba en Carmen. Cada vez que pienso en ese momento, creo que somos más animales de lo que creemos. Luego me hiciste esa foto, donde ella duerme con la manos juntas, y yo irradio felicidad. Por eso nos gusta tanto la foto. Porque lo bueno contagia.

Llegaron los Reyes Magos, Carmen con nervios, torpeza y asombró rasgó y abrió su paquete sin enterarse de mucho, pero ayudada por su padre se subió al correpasillos.

Llegará un tiempo, no muy lejano, que le contaremos cómo fueron sus primeros Reyes, cómo fueron nuestros primeros Reyes con ella. Pienso que las cosas que ocurren por primera vez hay que contarlas para que ocurran siempre. 

A Víctor, que me ha pedido que lo escriba

2022. La estética de lo cercano.

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Cuando una cosa me gusta la repito, y por eso paso, a distintas horas del día y en distintas estaciones, por las mismas calles o las mismas travesías o por los mismos pasajes. Uno de esos días que repetí el mismo itinerario me encontré con esta imagen, que rápidamente  eternicé en mi móvil. Una fachada bicolor pulcramente pintada, que la pintura de la parte de abajo combinaba perfectamente con el color de las hojas otoñales. Me pareció una suerte encontrarme con esa mezcla de colores, líneas y asimetría, y me acordé de un texto que leí sobre “Arte y ciudad” que entre otras cosas venía a decir que en los núcleos urbanos, en el espacio público  hay complejidades expresivas. También decía que la ciudad es una obra de arte viva. Este rincón de la imagen es, desde luego, una obra de arte viva. Viva, entre otras cosas, porque hay viviendas y ropa tendida. Y totalmente bella y expresiva.

Esta foto está tomada en una travesía, Travesía de Fuentecilla,  no tiene la categoría de calle, es una callejuela que une dos calles principales. Las calles principales son Fuentecilla y Cueva de la Mora. Me muevo en el pueblo a pie, y camino con regularidad por estos lugares que no son ni pasadizos ni atajos, son distintos tipos de vía, pequeñas pero con vida propia.

Vivo en la parte más popular de Villa, distante de las urbanizaciones y distante del centro histórico y de la famosa calle Carretas, y próxima a Coliseo de la Cultura, centro Cultural Miguel Delibes , la Policía Local y próxima a La Parada, Copistería de El Castillo tenemos casi todo, menos librerías, pero sí Biblioteca Municipal.

No sé la especulación que hubo en esta parte del pueblo, cómo se produjo el asentamiento de sus pobladores hace muchos años, ni las dimensiones de las viviendas. Hay desorden en estas callejuelas, hay muros encalados, hay ventanas con tiestos, pero en todas la persiana está levantada. Hay asimetría y hay belleza muy distinta a los monumentos y a los centros históricos, pero belleza. Es la plasticidad de lo sencillo, el juego de las formas en su origen. Una mezcla de Mondrian, Cezanne y el constructivismo.  Es solo cuestión de mirar. Si fuera profesora de arte, las prácticas las haría en Travesia de Fuentecilla, travesía de Cueva de la Mora.

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De esta travesía tengo dos recuerdos entrañables ocurridos nada más venir a vivir hace más de 35 años. En la esquina entre la calle Fuentecilla y la travesía había un estanco que vendían muchas cosas. Estaba al frente una mujer que se llamaba Gloria. Yo compré algo, no me acuerdo qué, y cuando fui a pagar Gloria me dijo que exactamente no sabía lo que costaba, que era nuevo y se lo tenía que preguntar al proveedor, yo le dije que dejaba el objeto y que ya vendría a por él “No, por favor, señora, lléveselo y ya me lo pagará”. Pasé varías veces apurada por mi deuda, y ella despreocupada y relajada, me decía “Todavía no lo sé, esté tranquila, ya me lo pagará” No me acuerdo cómo acabó la cosa, solo recuerdo la tarjeta de bienvenida que me ofreció Gloria como nueva vecina.  La segunda experiencia, fue en la peluquería de caballeros de al lado, pequeña, familiar y de paso lento, allí llevé a mi hijo y tuvimos que esperar casi cuatro horas a que le cortaran el pelo. No había prisa. Una nueva ocasión para comprobar que mi hijo era un santo. Ambos negocios, ya no existen , uno de ellos, la peluquería esta cerrada, parece que para siempre, el negocio de Gloria ha cambiado. Me enteré al cabo de un tiempo que Gloria había muerto, me dio pena porque ella, no sé si fue consciente, me dio la bienvenida de la mejor manera posible, confiando en mi.

Hoy día de lluvia he organizando fotos y he comprobado que la a simplicidad de las formas en las casas y paredes de la Travesia de la Fuentecilla se parecen un poco a las  que he encontrado, salvando las distancias paisajistas, hace quince días en pueblos de las Islas Canarias. Es la estética de la simplicidad, de la sencillez, en donde no se sabe la intencionalidad del arquitecto, ni sus concepciones globales. El resultado es lo que nos encontramos cada día, que no deja a ser la estética de lo sencillo.