Recogerse

Recogerse era para mi abuela materna, a la paterna no la conocí, meterse en casa al final del día y ya no salir. Era una palabra, más bien, dirigida a los hombres que poblaban los bares del pueblo durante horas, y la mayoría acababan borrachos. Cuando salían de casa a primera hora de la tarde les decían ¡recógete pronto! que se traducía en ¡no bebas mucho! porque en los bares lo que se hacía fundamentalmente era beber en silencio, los chatos de vino sustituían a las conversaciones, y solo se oía “rellena el vaso”. Desde fuera podría parecer sórdido pero los que bebían tenían sus cabezas funcionando en sus soledades,  y lo que menos se me ocurre pensar es que eran unos paletos embrutecidos. 

Los que no se recogían pronto, llegaban a sus casas dando tumbos y agarrados a las esquinas, porque no había luz eléctrica y no veían el suelo que pisaban. Mi abuela hasta que no llegaba mi tío soltero de los bares no se dormía, y muy pocas veces se recogía pronto su hijo. Para mi abuela recogerse era una manera de estar protegido. Y eso que no había sofá, calefacción ni televisión, solo la lumbre a ras del suelo y una luz mortecina que alumbraba la oscuridad.

Vermeer

Hoy en día hay confort y luz eléctrica en las casas y hay gente que se recoge poco. Tras la pandemia están las terrazas llenas y los interiores con el cartel de “Completo”y, a diferencia de los bares de antaño, se habla alto y mucho. Los grupos son mixtos y la gente solitaria no levanta sospecha aunque esté triste, ni nadie te dice que hay que recogerse, solo los padres a los hijos adolescentes. También se recogen poco los que tienen una jornada laboral larga por deseo o por precariedad. 

Aunque los tiempos son distintos y las situaciones muy diversas, yo recupero el término recogerse de mi abuela Antonina como un lugar que en el que estás protegida, a salvaguarda  y lo empleo cuando me despido -“Ya me recojo” –“Voy a recogerme chicas, os dejo”- “No me apunto al plan, estoy de recogida” -. A veces cuando me recojo no enciendo la calefacción, ni la televisión o sí. Puedo estar sola o acompañada, suelo estar en zapatillas de estar por casa y con ropa cómoda, es posible que riegue alguna planta o cocine, también estoy de recogida leyendo o escribiendo o simplemente recogiendo el lavavajillas con RadioOlé de fondo, también leyendo el periódico o tomando el sol frente al madroño. Pero cuando estamos de recogida ¿de qué nos protegemos?: de la prisa, del agobio, de la tensión, del hacer por hacer, de la competitividad, del afuera, de lo externo, de las formas, de la lectura de libros a destajo, de poner la lavadora mientras te enfadas con el móvil. Recogerse es un espacio totalmente tuyo, es la búsqueda de la armonía entre la mano y la cabeza, es silencio o ruido deseado. Es un techo, un paraguas frente al desbordamiento del río de tu vida.

Más o menos lo que pretendía mi abuela Antonina con mi tío soltero, que controlara su vida.

La primera ilustración es de Mary Cassatt (22 de mayo de 1844-14 de junio de 1926) 

La casa sigue en sombra

G. de Chirico 1915

La casa sigue envuelta en sombras, la luz aún no ha aparecido, sólo la lámpara de pie alumbra las hojas del libro y la taza de café que humea sobre la mesita auxiliar. 

Ya es el día siguiente aunque el periódico de hoy todavía no está en la puerta. No reina un silencio absoluto porque los ruidos metálicos no cesan. El frigorífico palpita con arritmia y un avión pasa batiendo las alas. Me asombra el ruido de los aviones en la madrugada, se hacen los dueños del ambiente. Solo la concentración interior los puede hacer frente. 

A esta hora de la mañana parece que no pasa nada, pero la mosca que no ceja de acosarte, molesta. Va y viene, se posa en la parte de tu piel no cubierta, y te pica. Va de oca en oca y tiro porque me toca: de la página del libro abierta que lees con atención al borde de la taza del café humeante que te acercas a la boca. Se despierta un instinto asesino que te sorprende ¡quieres matar a la mosca que te está estropeando el momento más íntimo del día! 

Y acompañando el ruido de los aviones y el vuelo de la mosca aparecen los pensamientos y las penas por sorpresa. Nadie los ha llamado y se establece una ficticia batalla entre ellos. El ruido de los aviones se retira de la discordia para llegar pronto a su destino; la mosca se escapa cuando abres la ventana y no quiere saber nada, y los pensamientos y las penas, por lealtad o por pereza, no te abandonan nunca.

Parece que el día ya se abre, y la casa se desenvuelve de las sombras.

Me gusta, no me gusta

Remedios Varo

Siempre me ha gustado el chocolate, la cerveza  y observar la vida como una flâneuse, como una persona que todo le llama la atención y sobre todo lo pequeño y cotidiano. También me ha gustado hablar de todo, pero se cambia con los años. Antes no me pasaba, pero ahora no me gusta hablar de enfermedades como si fuera la lista de la compra, prefiero hablar del tiempo cuando se trata de matarlo. No me gustan los temas ligados a la queja, que nos mantiene en un estado carente de aromas y de presente, es el mismo estado en el que te sitúa la letanía de las frases hechas: “Este país…” “Todos los políticos son iguales” “Es que en nuestros tiempos todo era distinto” “Lo jóvenes de ahora no saben los que quieren” “ Las niñas son más difíciles que los niños” “Al pan pan y al vino vino”…Las frases hechas matan la posibilidad de que el diálogo discurra por su cauce. Cuando las escucho, me callo, hace años protestaba y puntualizaba, necesitaba matizar, pero ahora instintivamente me aleja del que las repite como un papagayo, y sin que nadie se dé cuenta me cambio de acera. No sé si es intolerancia o sabiduría. O puede ser también inseguridad.Yo soy más insegura que antes porque conozco mejor mis límites y sé que no puedo con todo.

Me sigue gustando el agua fresca como la bebida que mejor quita la sed, y el café de madrugada mientras leo el periódico en papel, porque me da la bienvenida. Me gusta la madrugada, porque me creo que soy yo la que abre el día, y me evade del ruido y los gritos, y me recuerda lo solos que nos estamos quedando. Aunque nos quieran, siempre vamos ligeros de equipaje, y saberlo me reconforta.

Me gusta leer ¡ no sé que sería mi vida sin los libros! pero soy incapaz de elegir entre la lectura solitaria de un buen libro y la sincera conversación de amigas en la segunda ronda de un gin tonic. Por fortuna, nunca he tenido que escoger porque son como dos líneas rectas que nunca se juntan y cada una sigue su curso ignorando la existencia de la otra e ignorando que solo yo, en mis madrugadas y en mi soledad, las hermano y las convierto en el circulo  que me protege.

Me gusta la liturgia y la ceremonia sin ser creyente, por eso me gustan los aperitivos de los martes y los paseos matutinos con mi amiga Milagros en los que nos contamos tantas cosas que sin darnos cuenta llegamos a la meta descansadas. Cuando tengo citas para ir al cine o para dar un paseo  las mantengo como fiestas de guardar, las subrayo y las pongo en negrita, y por  eso me disgusta, que la otra parte las suspenda porque tiene que ir al fisio. 

Remedios Varo

Me gusta las amigas que me incorporan a su vida familiar, y me invitan a las comuniones de sus hijos sabiendo que no creo en Dios pero sí en ellas. Y me gusta las que vienen a mi cumpleaños y conocen a mis hermanos y a mis hijos. Me gusta saber cada día si los amores de mi vida están con dolores de tripa o simplemente no han dormido bien,  porque me gusta el día a día con sus minutos y sus segundos.

Cada vez me gustan menos las disculpas y las justificaciones porque al ser ya mayor me cargan demasiado la espalda y me impiden ir erguida. Y me gusta mucho tomar el sol en la playa o en la entrada de mi casa frente al madroño, y que cuando pasan las vecinas me saluden y las saludo. A cada una le doy un hola y un adiós y con eso me conformo. Además de los grandes amores necesitamos esa capa geológica que es la gente intermedia que amortigua la soledad de las ciudades y saluda con monosílabos los encuentros en la frutería y en el estanco. Todo se agradece y me gusta.

Me gusta mucho ir una tarde a ver a mi nieta y abandonarme en el suelo para que ella se suba en mi cuerpo ya cascado y me pise y me abrace las grasas de mi abdomen ignorante de que no es estético. Me gusta que me reconozca y que me tienda los brazos. Me gusta comprobar que estos gustos son nuevos, que no estaban previsto en la agenda de mi vida ¿quién iba a pensar que iba a ser abuela?.

Me gusta lo improvisto y no me gusta la gente que siempre tiene prisa y no busca un hueco para apuntar una cita.

Un momento hermoso

Pupitre. Equipo Crónica

Ese colegio, de fachada anodina y funcional, reunió en el patio a exalumnos que celebraron el aniversario de su 50 promoción. Esta escuela de barrio, durante unas horas acogió a calvos caballeros con traje y corbata, señoras gordas y delgadas con tacones o deportivas, pelos blancos y mechones naranjas o morados.  Algunos en sillas de ruedas y con bastones dieron variedad al evento. Ese día,  en el patio del recreo,  se instalaron  carpas, platos de comida servidos por un catering, y barra libre. Se juntaron casi 60 exalumnos de una clase de 120. “Buena media” comentaron casi todos.

Los primeros minutos fueron de expectación, alegría y mucho asombro. Los ojos de cada uno parecían ojos de explorador buscando no lo desconocido, sino precisamente lo reconocible. A muchos los separaba casi 50 años de distancia, y encontrar a tus compañeros de pupitre fue una aventura mayor que descubrir el misterio del origen del mundo. El panorama era desolador por el deterioro físico, pero conmovedor por recuperar tu infancia y adolescencia. Se buscaba a toda la clase y a todos los alumnos, pero sobre todo cada uno se buscaba a si mismo con su cartera, sus libros, y su Kama Sutra escondido en la agenda escolar. La comida no fue buena ni mala, el vino nadie sabría si era Ribera, Rioja o vino peleón en Tretra Brik, pero fue ante todo, la comida fue extraña, emocionante y pedagógica. El tiempo pasa y nos vamos haciendo viejos…pero estamos.

Algunos de los que salieron gozosos de la fiesta, se juntaron en la puerta y buscaron una terraza para seguir juntos. Era como seguir un instinto de reconocimiento mutuo. Algunas no se habían separado nunca como Laura y Elisa que fueron y son íntimas amigas, otros se veían de vez en cuando y estaban al tanto de su estado civil, depresiones, profesión y número de hijos, y otros no se habían visto desde el colegio, pero al verse se les encendió la pantalla escolar y todo lo que aparecía eran imágenes bondadosas, como el intercambio de apuntes sin pedir nada a cambio. Cada uno, guiados por distintas razones,  se juntaron en una terraza próxima al colegio y desplegaron sillas apiladas y extendieron mesas. 

Se sentaron con una sonrisa franca, se miraron a los ojos como los buenos actores de teatro, y sin esperar al camarero comenzaron a hablar. Durante unos minutos todo eran frases cortas de saludo, de ubicación y de agradecimiento por volver a estar juntos. Una vez que las copas fueron servidas,  Laura, la antigua delegada de la clase, la filósofa de la clase que siempre planteaba interrogantes se dirigió al auditorio “En primer lugar compis, quiero decir que estoy encantada de estar aquí, pero ya que estamos quiero preguntaros cómo os ha ido la vida en general”

“Jolín, Laura hay que simplificar mucho para responder a estar pregunta”  “Pues simplifiquemos dijo Laura ¿bien o mal? ¿Cuáles han sido vuestras prioridades?”

Sonrisas generosas  siguieron a las palabras de Laura, la conocían y la admiraron en su tiempo. Era la comecocos de la clase. Hace años era una pesada, en esos momentos de reencuentro y madurez, una bendición.  Se miraron y volvieron a sonreír, había complicidad en el auditorio y muchos años para distinguir dónde había un momento hermoso.

Van Gogh 1888

“A mí me ha ido bien porque he tenido una buena recompensa, mis hijos. Salvo eso, el resto me ha ido mal”; “ “Pues a mí, mis nietos, sé que mis hijos no me preguntan si puedo o no puedo cuidarlos  sino que me los entregan sin más, pero yo lo asumo, y me dan la vida mis niños, me siento útil”; “Joder, cuanto altruismo veo, yo he tenido hijos y nietos pero me he dedicado a trabajar, que es donde he encontrado el sentido de mi vida, y además ¡ojo! he hecho bien, soy un profesional que no ha cobrado caro y me han importando las circunstancias, pero eso sí, ante todo estaba mi yo!; “Da gusto oíros, porque yo no tengo nada que ver con vosotros, ni me he casado, ni tengo hijos, ni nietos y he dado la vuelta al mundo tres veces, soy incapaz de pensar que soy más feliz que vosotros” “Para mí el mayor fracaso de mi vida ha sido mi matrimonio, un puro fraude, eso sí salvo a mis hijos” “ Pues yo, amigos tengo marido, hijos y nietos y aunque he tenido situaciones malas, en estos momentos, si tengo un cólico nefrítico sé que alguien me va a llevar a urgencias, y lo agradezco”; “ Yo me quedé viuda hace tres años y no he levantado cabeza”,  “Bueno, sé que todos intuíais en el colegio que yo era lesbiana, pues lo soy, pero no me he casado con ninguna mujer, vivo sola con mis contradicciones, pero no lo cambio por nada” “Yo no me he casado y he tenido una buena profesión que me dado éxito y dinero” “Pues yo vivo sola desde los orígenes de los tiempos y me  siento en paz, no feliz, en paz” “Yo vivo solo y a veces soñando me suicido”“ Pues yo he tenido de todo: enfermedad, divorcio y rechazo de los hijos y quien me ha salvado han sido mis hermanos” «Pues os tengo que decir que llevo casada 40 años con el mismo señor y estoy bien» “Pues yo quiero decir que quienes me han salvado han sido mis amigas, verdaderas guardianas de mi estado salud”. Estas últimas palabras las ha dicho Laura que guiña un ojo a Elisa, que sonríe cómplice.

John Everet Millar

Todo discurre sin gritos y sin exageraciones, nadie se quita la palabra, eso sí caen varias rondas de bebida. Es tarde y el chiringuito tiene que cerrar, nadie se quiere ir. ¡Esto no lo podemos dejar así, Laura nos tienes que convocar, abre un grupo de whasap y estamos en contacto!

Laura sin pereza recoge todos los números de teléfono, escéptica de su rentabilidad futura, pero satisfecha del encuentro, y consciente de que no es la única. 

Se despiden, se abrazan, se besuquean y se miran a los ojos como los buenos actores de teatro. Regresan a su casa pensando que lo mejor del encuentro es que nadie ha vendido la receta mágica para ser feliz, nadie ha dado lecciones de nada y nadie ha presumido de coche ni de tener dinero. Todos regresan deseando que Laura les convoque pronto. «Estos espacios improvisados son la leche»,» piensan algunos. «Momentos hermosos», coinciden todos.

Una mañana perfecta

Berthe Morisot «El puerto de Lorient» 1870

Hubo un momento en que el ascensor te subía y te bajaba al piso que tú señalabas con el dedo. Apretabas con decisión un número y te llevaba adonde tú habías elegido. 

Era ese mismo tiempo que cuando perdías una clase de pilates por enfermedad o por viaje llegabas al mostrador de recepción del gimnasio y preguntabas ¿cuándo puedo recuperarla? y la persona encargada miraba una hoja con muchas casillas organizadas como una colmena o crucigrama y te contestaba: el lunes por la mañana ¿le parece bien? Sí, respondías satisfecho porque no habías perdido un día ni un dinero. El tiempo era oro.

Lo mismo sucedía con el calendario laboral: en Navidad  se compraba turrón, en Semana Santa las torrijas. Y, en agosto, se disfrutaban las merecidas vacaciones.

Cuando llegaban los cumpleaños de los niños se compraban piñatas y globos, y al principio de curso se forraban los libros de texto con plástico trasparente y se ponían etiquetas con el nombre de los hijos con letras mayúsculas.

Los fines de semana cena con amigos, risas en el aperitivo, bromas en el primer plato, frases hechas en el segundo, y a los postres, los chascarrillos y los chistes verdes..

Todo circulaba por su cauce, las parejas y las amistades también. Eso sí, el cauce no era de un río de montaña sino de un canal urbano que discurría según el trazado en el Plan General.

Todo esto me contaba un caballero sentado a mi lado en un banco de un parque de mi pueblo. Me senté resentida por mi tobillo derecho, operado dos meses antes, y al verme dolorida hizo un hueco y me preguntó por mi estado. Yo había heredado de mi padre la facilidad para hablar con desconocidos. Mi padre cuando venía a vernos a Villaviciosa en la 518, nada más llegar, me contaba la conversación con el pasajero que le había tocado en el autobús. 

Berthe Morisot «The lesson in the garden»

Yo le conté al caballero, sentado a mi lado, mi operación,  él me escucho con atención y después me empezó a hablar de todo lo que he descrito anteriormente.

Cuando hizo un parón le pregunté ¿Siempre era así de perfecto todo? “Perfecto no, ordenado sí, y previsible, a fin de cuentas válido. Quizás tenga usted razón señora y la suma de ordenado, más previsible más valido dé como resultado la perfección. Aunque esta palabra nunca ha existido en mi léxico familiar, ni la empleaba para mí mismo, ni con nadie”.

Entonces señor ¿ya la ha incorporado a su vocabulario particular como término nuevo? No, la verdad, no la necesito. Quizás en estos momentos  la palabra que he tenido que desempolvar de mi desván lingüístico es imperfección para aplicarla a mi vida actual. El supuesto orden anterior ya no me sirve y lo previsible era y es un engaño ¡No sabemos señora lo que va a suceder mañana!.

Y ¿cómo transcurre su vida desordenada e imprevisible? Subo las escaleras a pie porque el ascensor lleva años con el cartel de “No funciona”, si no recupero la clase de pilates la invierto en dormir, no espero a agosto para viajar, el único cumpleaños que celebro por todo lo alto es el mío y las comidas de amigos son menos frecuentes porque no permito que se gasten bromas pesadas. Y sobre todo no planifico el mañana.

Entonces caballero ¿vive usted más triste que cuando el ascensor le subía o le bajaba al piso que usted señalaba con el dedo? 

No lo sé, pero le diré que ahora cuando estoy triste sé por qué lo estoy y, eso a veces, me salva. Y antes no tenía brújula. Pero lo mejor de todo es que ahora el cauce de mi vida discurre por un río de verdad.

Bueno, señor, me tengo que ir, parece que mi tobillo derecho se ha deshinchado un poquito, estoy muy agradecida por su conversación, me alegra mucho haberle conocido y haber compartido un tiempo con usted. Ha sido una mañana perfecta.